Texto: Sara Geraldino / Fotos: Yessica González
Caracas, 31 de octubre, 2016.- Entre calles pedradas y techos rojos, pasando por la cuadra de Bolívar, reconoces la esquina Catedral en el casco histórico de Caracas, entre grandes puertas de madera y pisos de terracota, sillas labradas y un gran concepto de que Caracas aun sigue viva y huele a café.
Caracas Café, una oportunidad de recordar y ofrecerle a los caraqueños o visitantes más que una buena atención entre dulces olores más que todo es resaltar la personalidad del caraqueño entre guayoyos, capuchinos y métodos de preparación del grano dorado que nos ofrece nuestra tierra.
Más que la idea de crear un negocio prospero para Palef Suzzarini, uno de los socios y creadores del espacio era necesario mostrar que se puede trabajar con el estado, ser participes de la producción venezolana, de la creatividad al momento de ofrecer un servicio y sobre todo de ser protagonistas del crecimiento económico no solo de la ciudad sino del país.
Quien pueda imaginar una tarde entre amigos para un cafecito, la tertulia necesaria para estar al día, esa costumbre del venezolano de tomarse cinco minutos al día para despejar la mente del ajetreo diario, para tomar un respiro, ya esto es del caraqueño, muy de nosotros y no siempre lo vemos por nuestro rápido pasar, pero si nos detenemos ante esta esquina pedrada observaremos a unos jóvenes de camisa negra, corbatín y pequeños sombreros blancos, ofrecer el menú del café más sabroso de caracas.
“Complacer los gustos”, puede ser una las frases que destacan el lugar, si usted desea un guayoyo o más bien un con leche bien clarito solo debe pedirlo y David Madriz, el Barista encargado del lugar lo complacerá para tener más que una experiencia de sabores únicos y salir del hermoso lugar con estructura patrimonial con ganas de volver los próximos cinco minutos que le disponga un día apurado.
Caracas tiene tanto que ofrecer y quizás son esos rinconcitos los que a veces nos devuelven más que a esa ciudad de antaño, nos regresan a ese citadino amable, alegre, dicharachero, que siempre tiene una broma sobre cualquier situación, que resuelve con una frase picara y que no debemos de dejar de vender al mundo.
Ese cafecito servido en un pequeño pocillo de peltre blanco con flores decorativas preparado desde el método japonés o prensa francesa acompañado de un dulce criollito de lechoza o arroz con leche, una completa parafernalia que vale la pena disfrutar entre amigos o en la intimidad de un buen libro.